viernes, 12 de febrero de 2010

2.- No somos juguetes... sabemos jugar



El impulso de aprender, junto con el exceso de energía, que es la base del comportamiento de curiosidad, son suficientes para explicar el juego.

El juego desempeña un importante papel en la socialización de los mamíferos. Además, cuanto más social e inteligente es la especie, más elaborado es el juego, ya que es una conducta representativa de todas aquellas formas superiores de vida, entendiéndose por superiores a los mamíferos, al no observarse ninguna manifestación lúdica en los invertebrados ni en los peces, anfibios o reptiles, y siendo raro en las aves.
Resulta evidente, por tanto, que sólo juegan verdaderamente aquellos animales que aprenden, aquellos animales que buscan nuevas situaciones por propia iniciativa, que son curiosos y ensayan nuevos comportamientos para aprender con ello. Podemos considerar el juego como sólo una actividad corriente presente entre los mamíferos, e incluso dentro de este grupo la conducta de juego más compleja queda reservada a los carnívoros y a los primates, dedicando durante su juventud gran parte de su tiempo a estas actividades.
La manipulación de los objetos recuerda la conducta que llamamos juego entre los mamíferos. Los roedores son inquisitivos y juguetones por naturaleza y aprenden acerca de su medio cuando exploran. Un conocimiento exacto de toda la geografía del área donde vive el animal significa, a menudo, la diferencia entre la vida y la muerte tanto para un mamífero que está siendo perseguido por un depredador como para un pájaro acosado por un ave de presa. Muy similar es el comportamiento de curiosidad y juego del ser humano durante su desarrollo. Observando esta capacidad, cuando el pequeño toma o alcanza un objeto cualquiera por primera vez, realiza un comportamiento estereotipado: lo agarra, se lo lleva a la boca y lo chupa, posteriormente será capaz de quitarse el objeto de la boca, observarlo, chuparlo de nuevo y después, generalmente, tirarlo al suelo o volverlo a coger con la otra mano. El niño es capaz de explorar acercándose y alejándose del objeto a su voluntad y la secuencia rígida ya se ha flexibilizado.



La mayoría de los mamíferos, durante su etapa infantil o juvenil son extraordinariamente curiosos, buscan activamente situaciones nuevas y las exploran como consecuencia de un impulso denominado eco interior. Este eco interior es más acusado en los grandes mamíferos que en los roedores y dentro de estos, el puerco espín es más curioso queel ratón de campo, mientras que las ardillas se encuentran a mitad de camino. Mediante los experimentos realizados con adiestramiento, es evidente que se puede demostrar que existe un impulso para aprender nuevas habilidades motoras, así como recibir nuevas impresiones perceptivas y adquirir, de esta manera, nuevos conocimientos para su propia supervivencia.
La conducta exploratoria permite al animal encontrar su camino de regreso hasta el lugar donde vive. Pero todo este proceso no es sencillo, lleva consigo cambios importantes en el sistema nervioso central, pues en el cerebro del animal debe haber una representación de los rasgos principales, por lo menos del área explorada por el animal; si esto se realiza en los comienzos de la vida,, es decir en sus etapas infantil y juvenil, en los mamíferos al menos, contribuye en gran medida al desarrollo de la inteligencia, significando aquí la capacidad de adaptar la conducta a las circunstancias. El juego de los animales parece basarse en el impulso de aprender. Analizando el comportamiento de un animal, es fácil reconocer cuándo un animal juega o cuándo su ocupación es más seria, pero realmente es muy difícil definir el juego como tal. Ningún concepto de comportamiento ha resultado ser más desgraciadamente definido; sabemos intuitivamente que el juego es un conjunto de actividades placenteras y, con frecuencia, pero no siempre, de naturaleza social, que imita las actividades serias de la vida sin consumar fines serios. El animal trabaja cuando su comportamiento está motivado por la necesidad, y juega cuando un exceso de energía proporciona la motivación. El animal sólo juega verdaderamente cuando está saciado, cuando no tiene sed y cuando no se ocupa de ninguna otra tarea. Ninguna necesidad directa motiva el juego, pero reviste gran importancia para el desarrollo normal del animal.
Durante las sesiones de juego, el joven animal investiga los límites de sus capacidades musculares, comprueba lo lejos que puede llegar y averigua sus debilidades. En el juego social, el animal entabla interacciones exageradas con los compañeros de juego, persigue, lucha, se aparea, los caza y simula que los mata, todo ello de forma imaginaria, pues la lucha no produce ningún tipo de daño al contrario, el apareamiento no es un auténtico acto sexual y la caza es un simulacro. La diferencia entre las pautas de la conducta de juego y el resto de pautas es que el juego se caracteriza por la falta de economía en las acciones; son exagerados, amplificados, repetitivos, y casi siempre aparecen en un orden alterado del que seguiría un orden de caza y captura de una potencial presa.
La explicación de la existencia del juego es sencilla, ya que los pequeños necesitan practicar las actividades de la vida adulta como ensayo para la dura lucha que les espera en el futuro. Los perros, por su parte, inclinan su cuerpo con las patas delanteras flexionadas y las traseras estiradas, quedado de este modo la cabeza a ras de suelo y el ro, lógicamente, por el aire; los coyotes se retuercen y los gatitos realizan todo tipo de acometidas fingiendo agresión. La especie animal que se dedica a las más elaboradas y numerosas formas del juego es el chimpancé, el más inteligente de los grandes antropoides y el pariente más cercano al hombre.

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